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Caballo de Troya
López Ortega

Insuficientemente "curada", atropellada en su concepción
espacial o demasiado cerca de su referente como para no
escapar de su primerísima intención documental,
la exposición Caballo de Troya se destaca fundamentalmente
por lo que tiene de ínteractuación comunitaria.
Sabíamos del empeño del Museo Jacobo Borges de
penetrar artísticamente la realidad carcelaria
del Retén de Catia en una instancia que estuviera más
allá de lo noticioso y de la denuncia diaria. Sabíamos
también que el largo y varias veces postergado esfuerzo
traería como consecuencia natural redefiniciones del proyecto,
altibajos en la selección de artistas, aplacamiento de
voluntades inicialmente motivadas, dudas institucionales. Como
un ejemplo de perseverancia, de tenacidad, el Jacobo Borges parece
haber salvado todas las dificultades para entregarnos esta esperada
exposición.
Pero el planteamiento central de Caballo de Troya, sin
deshonrar sus motivaciones artísticas, responde en el
fondo a un modelo de política cultural de servicio público.
El Museo ha sabido entender. una necesidad comunitaria (demanda)
y le ha elaborado la mejor propuesta (oferta) cultural posible.
Ninguna exposición como ésta para entender (y para
ver) cómo cualquier espectador puede sentirse con derecho
a recorrer unos espacios que le están devolviendo algo
de sí mismo, algo de su inmediatez, algo de su cotidianidad.
Las imágenes del pasado 6 de abril -día de apertura-
eran elocuentes. Se diría que los visitantes recorrían
las salas con avidez. Nada les era extraño. No sólo
era la búsqueda del documento, del correlato -expuesto
en una primer base documental compuesta por fotografías
dibujos, videos, mobiliario-; también era, por supuesto,
las obras, unas más testimoniales que otras, pero todas
intentando escudriñar el sentido de una alteridad extrema,
confrontando como nunca la subjetividad creadora con la objetividad
social.
Caballo de Troya replantea un problema olvidado, escamoteado
o mil veces aplazado. Problema central, me temo; de los tiempos
que vivimos. y éste sería: ¿cuál
debe ser la oferta cultural del Estado venezolano en esta coyuntura
específica de extremo deterioro? ¿La capacitación,
la recreación de la comunidad, la información o
el ajournement cultural, la dinámica de ínteractuación
que quiere crear opciones alternas a la marginalidad, a la ignorancia
o a la delincuencia? No estoy planteando que el concepto que
animó Caballo de Troya sea unívoco; hablo
más bien de que esta exposición encierra una variable
de funcionalidad que no veía desde hace tiempo, una razón
de ser institucional que legitima toda la operación museística.
Es bueno preguntarse de tanto en tanto a que país le hablamos.
Estamos llenos de espejismos y suposiciones. Y nada mejor que
apostar a una ruptura de paradigmas cuando el entorno que nos
condiciona cambia día tras día.
Antonio López Ortega. . Narrador,
ensayista.

Esso Alvarez
Guerreros de las tinieblas. 1995-96-97
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