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II El estudio del público
VENTURAS Y DESVENTURAS DE LOS ESTUDIOS DE PÚBLICOS

Graciela Schmilchuk
Egresada como
Lic. en Historia de las Artes en la Universidad de Buenos Aires,
Doctorado en Ciencias de la Comunicación y la información,
Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales de París.
Actualmente trabaja en el centro de Investigación y Documentación
de las Artes Plásticas (CENDIAP), México.
¿POR QUÉ EXISTE ACTUALMENTE UN RENOVADO INTERÉS
POR CONOCER A LOS PÚBLICOS?
En
los años sesenta y setenta se intentó un diferente
tipo de acercamiento entre museo y población: a través
de la intensificación de los servicios educativos, de
las actividades paralelas o de los temas de exposición
se concertó un esfuerzo múltiple por relacionar
el patrimonio cultural, secuestrado por algunas élites,
con la vida cotidiana de sectores más amplios de la sociedad.
Danielle Giraudy titulaba un trabajo "Los museos y la vida";
se organizaban exposiciones sobre "la calle", ese espacio
compartido por tantos; y en México se produjo en el Museo
de Arte Moderno el gran escándalo de arte sociológico
denominado La calle ¿adónde llega? (1983), concebido
por Hervé, Fischer y un gran equipo en el que participé
intensamente. La animación cultural estaba a la orden
del día, el concepto de participación que nutrió
a los primeros museos comunitarios y ecomuseos contemporáneos
también.
¿Es el fracaso de ese intento democratizador voluntarista
lo que hoy nos hace complementar -cuando no deslizarnos de la
animación, la educación y los cambios temáticos
hacia la investigación? ¿O es la proliferación
inaudita de museos y exposiciones en el mundo, compitiendo entre
sí y con otras ofertas culturales? ¿O esta ola
patrimonialista que legitima el rescate de casi todo, multiplicando
así a los museos como templos laicos de una religión
nueva de arte, cultura o naturaleza? ¿O quizás
el debilitamiento y empobrecimiento de los Estados protectores
y de las instituciones tradicionalmente patrocinadoras que lanza
a los museos a buscar un impacto y unos beneficios consensuales
y legitimadores que antes no buscaban para subsistir? Podríamos
abundar mencionando un elemento más: la falta de participación
social en las decisiones que conciernen al rescate patrimonial,
a la formación de colecciones y programación de
exposiciones y actividades que cosifican a "los públicos"
como consumidores, distanciándolos de su potencial calidad
de "usuarios", es decir, gente ligada al museo por
relaciones de cooperación de distinto orden desde mucho
antes de su apertura, o de la inauguración de sus exposiciones
y actividades. Estos factores políticos, económicos
y culturales, entre otros, reactivan una vieja preocupación.
La investigación sobre públicos no es cosa nueva.
En Estados Unidos encontramos los primeros trabajos, publicados
desde 1928, sobre públicos vistos como visitantes con
identidad e intereses, actitudes y objetivos propios. Luego continuaron
haciéndose en Canadá, Francia, Alemania, México
y Argentina. Desde los años sesenta la cantidad de estudios
crece de modo notable. La mayoría se inscribe en un marco
conductista. Basta remitirnos a las listas bibliográficas
que edita el Instituto Smithsoniano sobre el tema, el Centro
de documentación del ICOM, París o el Visitor Studies
Bibliography and Abstracts (publicación del International
Laboratory for Visitor Studies con apoyo de la American Association
of Museums), o a la revista francesa Publics et musées.
Los estudios de públicos pretenden ocuparse de toda la
gama de comportamientos y actitudes, hábitos culturales
y construcciones imaginarias ligados al modo en que la gente
utiliza su tiempo libre en los espacios concebidos para la recreación
y la información. Esto no es, por tanto, sólo competencia
del campo cultural, sino que tiene una evidente dimensión
política. El uso del tiempo libre nos construye como ciudadanos,
como sujetos sociales "sujetados", nos impulsa o impide
pensar, sentir y actuar sobre la realidad y sobre nosotros mismos.
En México, Argentina y Francia, por ejemplo, esas investigaciones
se suelen enfocar como estudios de consumo y recepción
cultural. Los problemas que impulsan a realizarlas son variados;
distintos espacios institucionales las encargan y financian con
el fin de ajustar sus políticas culturales. Los "síntomas"
visibles, puntuales, que las desencadenan pueden ser la preocupación
por la baja afluencia de visitantes en relación con la
oferta amplia de algunos museos y con las expectativas de su
personal; o por el contrario, una mayor afluencia que la esperada
por el museo y la consiguiente dificultad para brindar una atención
de calidad; el deseo y capacidad de algunos museos de crecer
y de ampliar sus públicos, conocer el impacto comunicativo
y educativo de cierta exposición o de secciones de la
misma, etcétera.
La iniciativa de investigar puede provenir del museo mismo o
de la institución matriz de la que depende, si ésta
es capaz de comprender la relación estrecha existente
entre la producción artística o científica
y los procesos de patrimonialización, los educativos y
de difusión, en tanto engranajes de la construcción
de poder y de consensos sociales. Pero también es preocupación
del sector académico -universidades y centros de investigación-
conocer dichos mecanismos socioculturales, precisamente por la
dimensión política que tienen y, desde su espacio,
contribuir de una forma aparentemente más distante a la
consolidación o transformación de los mismos. Es
difícil que los museos cuenten con un equipo de investigadores
para elaborar la historia de la institución o hacer el
análisis de su programación y sus acciones en el
marco de la política cultural global de cierto período.
No obstante, los museos pueden colaborar con esos equipos manteniendo
sus archivos organizados, completos y abiertos a la consulta
de los investigadores. Esto parece muy sencillo y no lo es, porque
requiere criterios claros acerca de la importancia de conservar
o no los diversos documentos y testimonios. Esa misma conciencia
es la que permitiría que cada museo tuviera su inventario
de colecciones puesto al día, listas detalladas y actualizadas
de la programación de exposiciones y de las actividades
paralelas, el registro fotográfico o en video de las museografías
y de los comportamientos de los visitantes, los libros de opinión,
los expedientes de publicidad generados, así como de la
recepción en la prensa.
En México al menos, es casi imposible disponer de tales
fuentes y el investigador se topa con dificultades casi insuperables
ante la pérdida o dispersión de la memoria documental.
Con este aporte de cada museo, las investigaciones académicas
encontrarían fuentes para realizar sus análisis
y arrojar luz sobre la relación museo- sociedad y museo-público.
Es necesario subrayar la conveniencia de que los tres sectores:
museos, instituciones de las cuales dependen y universidades,
trabajen juntos sobre proyectos específicos. Esto daría
ciertas garantías de que se apliquen algunas medidas recomendadas
por dichos estudios.
Antes de abordar específicamente las investigaciones rigurosas
sobre públicos, cabe hacer algunas observaciones prácticas
sobre las relaciones entre el personal de los museos y sus visitantes.
Cada día, el trabajo en tales instituciones exige una
mayor especialización y/o profesionalización. Cada
trabajador del museo está tan absorto en lo suyo -la colección,
el diseño, los seguros y transportes, el catálogo-
que no encuentra tiempo y disposición para recorrer las
salas, asistir a los eventos, observar discretamente a los visitantes,
conversar con algunos, escuchar los comentarios de los custodios
y de los guías precisamente sobre lo que sucede en los
espacios de encuentro. Si el curador, por ejemplo, hiciera esto
a diario, probablemente vería y preguntaría acerca
de aquello que más le concierne: la colección.
El museógrafo podría darse cuenta de pequeños
o grandes problemas de deterioro de mobiliario, iluminación
o cédulas, y tal vez, inclusive, captar y corregir problemas
no previstos.
Cuando realmente nos interesa la comunicación con los
visitantes, es necesario cargar de intencionalidad y de hipótesis
la mirada y la escucha para obtener información. ¿Quién,
en el museo, tiene la mirada atenta al visitante, a sus modos
de usarlo, a sus comentarios sobre los objetos y sobre el museo
mismo? ¿Quién, en cada museo, puede detectar los
problemas, contextualizarlos, formular preguntas e hipótesis
respecto de esa relación museo-visitante?
A manera de caricatura podríamos decir que en los museos
tradicionales encontramos dos figuras y funciones de peso: el
curador y el custodio, cuya devoción es la colección.
Para ellos el visitante es "un intruso necesario al sistema
... la coartada de su función". El menor gesto del
visitante es considerado sospechoso de apropiación o transgresión.
El museo se emparenta así con la prisión, el hospital
y la escuela. Los guías o los encargados de servicios
educativos y de difusión, que están necesariamente
en contacto directo con los usuarios, suelen ser quienes intentan
equilibrar en alguna medida este paradójico desequilibrio.
Para muchos, resulta cada día más importante la
figura del promotor y el comunicólogo, encargados específicamente
de la observación, la escucha y la evaluación,
así como de verter los resultados de su labor en los procesos
de planeación en equipo de exposiciones y actividades.
En los lugares donde no existe una tradición fuerte de
museos, tampoco hay necesidades creadas en torno a ellos. En
un caso así, conocer a los visitantes tanto como a los
no visitantes es lo fundamental. Y creo que, para los museos,
una manera posible y deseable de hacerlo es la de trabajar con
promotores culturales. Ellos pueden hacer un trabajo etnográfico
constante de información, diálogo y recolección
de datos entre quienes consideran "su" comunidad -desde
un barrio hasta el ámbito internacional-. Así se
detectan mejor muchos de los aspectos a evaluar a través
de estudios especiales, en relación con los objetivos
y la misión que el museo se haya fijado. Sólo a
partir de entonces convendrá contratar al equipo de profesionales
idóneo para llevar a cabo dicho trabajo.
Los directivos solamente pueden diagnosticar las dificultades
comunicativas en sus museos cuando éstas se encuentran
ya en una fase muy avanzada. La urgencia se expresa en forma
de demandas de diagnósticos y evaluaciones del trabajo
inmediato. Ellos no pueden hacerse cargo de problemas que rebasan
su responsabilidad, como los efectos del déficit del sistema
educativo, de uso de los medios electrónicos e impresos
y otras ofertas culturales.
Las preguntas más usuales que se formulan son respecto
al perfil de los visitantes, cuáles regresan y cuáles
no (frecuentación); cuál es la imagen del museo
o de una exposición especial en algunos sectores sociales;
cuál ha sido el éxito de la exposición en
términos cuantitativos y cualitativos; qué y cuánto
aprende la gente, o cuáles son los mensajes que se han
logrado comunicar y por qué. También se ha tratado
de responder desde hace décadas a la cuestión de
quiénes leen textos en sala, y cómo y cuánto
les sirven, o quiénes prefieren los medios audiovisuales
e interactivos. Se ha indagado sobre las causas del cansancio
que producen los recorridos de las exposiciones. Estos son sólo
algunos aspectos parciales de la compleja interacción
museo-públicos y la búsqueda de respuestas ha puesto
en juego técnicas como los cuestionarios escritos, la
encuesta, la observación, las entrevistas individuales
y grupales.
Roger Miles ha observado, con razón, que los estudios
existentes bastan para comprobar que las exposiciones tradicionales
de objeto-cédula, al menos en museos de ciencia, no logran
transmitir conceptos importantes ni ir más allá
de una vaga ilusión de comprensión.
Su recorrido por la bibliografía anglosajona le permite
afirmar que existen escasas pruebas de un aprendizaje significativo
en los visitantes eventuales a museos. Lo que afirma, y en ello
concordamos, es que las exposiciones pueden servir para despertar
interés y que aquello que no se comprende de inmediato
"puede ser la motivación para proseguir una exploración".
Sin embargo, para verificar científicamente dicha hipótesis
habría que hacer estudios longitudinales, es decir, seguimientos
de público a través del tiempo, de los cuales hasta
ahora carecemos por completo en América Latina.
Miles sintetiza la bibliografía diciendo que los visitantes
intentan en general explorar el museo para captar una sensación
de conjunto y que pocos objetos o exhibidores atraen la atención
más de treinta segundos, que la atención se concentra
en la primera media hora y luego se acelera el recorrido. Menciona
estudios que remiten a lo que ciertos públicos consideran
características indeseables y deseables de las exposiciones.
Tales cuestiones indican que estamos ante un cambio de paradigma
muscológico: del museo que exhibe colecciones, al museo
que expone y se expone, queriendo comunicar; de una idea de público
general indiferenciado a otra de públicos con competencias
e intereses diversos o de consumidores efectivos y potenciales
como agentes económicos en una relación de mercado,
definidos por sus expectativas, necesidades, percepciones y prácticas
respecto a un producto; de la función de conservación
e investigación a la de comunicación y destreza
administrativo- financiera. Es decir, el modelo empresarial permea
buena parte del nuevo paradigma.
Lo notable es que resulta dificilísimo lograr que las
investigaciones ya existentes sean aplicadas o probadas en los
museos. Los supuestos a partir de los cuales trabaja cada profesional
pueden impedirle aceptar que las cosas sean diferentes a como
las concibe. Por ejemplo, frente a la cuestión de la disminución
de la capacidad de concentración, la fatiga o el desinterés,
los museógrafos parecen resistirse a responder creativamente;
saturan su discurso sin generar pausas, silencios o descansos
que permitan al visitante organizar mejor su recorrido. No se
trata sólo de diferencias ideológicas, sino de
una lucha entre campos profesionales y sus respectivos valores.
Este es un tema a trabajar intensamente, tanto desde el trazado
de lineamientos claros por parte de la dirección de los
museos y de la formación y perfeccionamiento de cuadros,
como por medio de entrevistas, grupos de enfoque y análisis
del discurso, desde la perspectiva del investigador.
Más complejo resulta preguntarnos acerca de las necesidades
de los visitantes y de los "filtros" que orientan su
interés, su mirada, su particular manera de realizar el
consumo cultural. 0 por las categorías cognoscitivas o
estéticas que entran en juego en el contacto con las exposiciones.
Y más difícil aún, acerca de los efectos
a largo plazo de estas experiencias.
Intentaré dar a continuación un panorama, necesariamente
fragmentario, del tipo de estudios que hasta el momento se han
realizado en México y otros países, yendo de los
estudios particulares hacia los más generales.
DESDE LAS TÉCNICAS PUBLICITARIAS 0 DE LA MERCADOTECNIA
A LAS EVALUACIONES DE ELEMENTOS DE EXPOSICIONES.
Cada vez más museos -que siguen el modelo empresarial-,
con apoyo de sus patronatos o asociaciones de amigos, encargan
este tipo de estudios. El Museo Nacional de Arte ha hecho uno
sobre su imagen, muy ligero por cierto, que lo llevó a
cambiar su estrategia publicitaria en televisión. El Museo
del Papalote también los emplea y el Museo de Monterrey
preparaba uno en profundidad.
Belcher menciona algunos breves cuestionarios con cuyos resultados
la institución se orienta en momentos de duda, en particular,
sobre señalización externa e información
básica.
En la medida en que dichos trabajos no integran la dimensión
social o información sobre la posición de los sujetos
en la estructura social, estos estudios quedan en un nivel exploratorio
de imagen de marca o de ciertos comportamientos, sin responder
al interrogante de cuál y cómo es el actor social
y cuáles contenidos tiene su comportamiento.
La escasez de profesionales especializados lleva a la aplicación
de técnicas sin conocimiento suficiente de sus implicaciones
teóricas ni del producto que se evalúa. Los resultados,
por tanto, terminan siendo sesgados y poco confiables.
Algunas de estas técnicas son aplicadas por el propio
personal del museo. Erróneamente, los directivos piensan
que los encargados de servicios educativos, por estar en contacto
más directo con los visitantes, tendrían la responsabilidad
de hacerlo.
La evaluación, en cambio, se ocupa de los comportamientos
y actitudes que surgen de la interacción de los visitantes
con las exposiciones y los programas de los museos, y el efecto
que producen en el terreno cognitivo (la información,
el saber) y el afectivo (las actitudes, los intereses). La evaluación
presupone que la exposición es una especie de medio educativo
con objetivos definidos y que la mejor manera de medir su eficacia
es evaluar su capacidad para alcanzar esos objetivos. Se basa
en el conductismo estadounidense, aunque ya veremos que los enfoques
etnográficos y semióticos, como el de Eliseo Verón
y Martine Levasseur comparten la confianza en las evaluaciones.
También se realizan indagaciones previas sobre cómo
aumentar las posibilidades de éxito en relación
con los objetivos. El evaluador se vuelve el portavoz de los
intereses, necesidades, el saber, actitudes o errores de comprensión
del visitante potencial.
1. Evaluación previa. Por ej. del tema y tipo de enfoque
que se le dará en la exposición en marcha, para
ratificar o contradecir la intuición de los conceptualizadores.
Se explora entonces qué sabe el visitante medio al respecto,
y qué información errónea maneja. La herramienta
es un cuestionario aplicado a los visitantes de la exposición
en curso. Y creo que cabría hacerlo fuera del museo también:
en escuelas, centros de trabajo, universidades y en la calle.
Otra manera, en la que la participación se pone por delante
de los sondeos, es la que utiliza, por ejemplo, el Museo Nacional
de Culturas Populares. Reúne a todos los representantes
del gremio ligado a un tema (el café, por ejemplo) hasta
que logran entre ellos cierto acuerdo sobre cuáles son
sus problemas, sus tradiciones, etcétera. Y hablar de
gremio en este caso es hablar de unos 80.000 productores.
2. Evaluación formativa. Sobre todo útil para museos
de ciencias o de historia natural y todos aquellos que utilizan
ambientaciones o escenografías. ¿Cuál es
el medio más eficaz para explicar el contenido de una
exposición a fin de que la mayoría lo comprenda?
¿Imágenes, símbolos, colores, dibujos, gráficas?
A estas preguntas intenta responder. Probar los elementos mientras
están en estado de maqueta para identificar los problemas.
0 bien, en una exposición cara, investigar la pertinencia
de una sección ya montada.
3. Expertise. Es usar lo que ya se sabe, consultando a evaluadores
con experiencia que marcarán los puntos débiles
y recomendarán qué estudios conviene hacer.
4. Evaluación correctiva. Se aplica sobre la exposición
ya hecha y para corregir alguna sección en particular.
Por ejemplo, para ver si las cédulas realmente explican
lo necesario del objeto. El instrumento de evaluación
usual es la entrevista.
5. Evaluación global. Se realiza luego de la inauguración.
Es para identificar los puntos fuertes y débiles. Se usa
para quizá modificar algún aspecto de la exposición
-útil para las permanentes- para validar las evaluaciones
anteriores, para probar las hipótesis sobre la eficacia
de los elementos o para aprender algo aplicable a futuras exposiciones.
En México, solamente el Museo del Papalote ha realizado
evaluación previa de exhibidores y son sin duda los museos
de ciencia los más interesados en este enfoque. Las evaluaciones
son caras, sólo posibles en museos o exposiciones planeadas
con mucha anticipación.
Aparte de las anteriores herramientas, los enfoques teórico-metodológicos
que abordamos a continuación exigen equipos interdisciplinarios.
La sociología, la semiología, el análisis
del discurso, la psicología social, las ciencias de la
comunicación y de la educación, la estética
de la recepción y, sobre todo en México, la antropología
social. Limar la división entre antropología y
sociología, empleando los métodos y técnicas
de la primera para estudios no sólo en medio rural sino
también urbano, ha sido y es tarea ardua.
Desde la historia del arte, las ciencias, la sociología
de la cultura y la antropología social
Mencionemos el rápido pero eficaz estudio coordinado por
Rita Eder sobre los espectadores de la exposición Hammer
en 1977 y su disposición hacia el arte contemporáneo,
trabajo que entusiasmó a Néstor García Canclini,
quien acababa de analizar la política artística
del Instituto Torcuato Di Tella, en Buenos Aires, Desde entonces,
García Canclini, con el sustento teórico de Pierre
Bourdieu, entre otros, se ha dedicado a la investigación
del consumo cultural en México.
La investigación cuantitativa y cualitativa del consumo
cultural puede revelarnos cómo se configuran las concepciones
colectivas del patrimonio, los criterios de visualización
y valoración vigentes en diversos sectores de la sociedad,
para generar lineamientos en las políticas culturales
y en la programación de los museos. Apunta a ver cuál
subjetividad social está en juego en el acto de apropiación,
además de evaluar la oferta.
Respondería sobre todo a la pregunta, ¿Qué
lugares específicos ocupa la apropiación de bienes
culturales dentro del universo simbólico de cada grupo
social? El eje que estructura estas investigaciones es la articulación
entre consumo y nuevas estrategias políticas democráticas.
"El público como propuesta. Cuatro estudios sociológicos
en museos de arte" fue el primero de estos trabajos en equipo,
impulsados por García Canclini.
En este caso se evaluó la relación de los visitantes
con exposiciones temporales importantes, sin que ello impidiera
considerar como contexto a la institución museo. La hipótesis
principal es que la comunicación visitante- exposición
está mediada por estructuras sociales formadoras del gusto
y de las creencias y saberes -por la escuela, los medios masivos,
la crítica, los museos, el mercado, etcétera, y
se reconoce que la exposición induce a su vez formas de
percepción y organización espacial, y de los objetos
y jerarquizaciones (lo nacional e internacional, el arte culto,
el arte popular) que producen y reproducen visiones hegemónicas.
Algunos de los hallazgos del estudio fueron los siguientes: los
públicos resultaron diferentes a los de los países
europeos, por ejemplo en que aceptan con mayor facilidad ciertas
innovaciones, elemento que indicó la importancia de tomar
en cuenta sus niveles formativos y necesidades manifiestas en
los museos; el desconocimiento y aun desprecio de los profesionales
hacia patrones perceptivos diferentes a los propios, con la consiguiente
dificultad para atraer nuevos públicos; vieron también
que en México, el museo de arte no es un espacio inevitable
de ascenso social como lo es la escuela; que los medios masivos
tienen escaso poder para suscitar nuevas necesidades y hábitos
culturales de larga duración, aunque no consideraron los
efectos expansivos que ha tenido la asociación entre museo
de arte y publicidad televisiva y radial efectuada por el consorcio
TELEVISA sobre varios sectores medios; la escuela construye su
hegemonía no brindando facilidades para la apropiación
profunda de códigos de lectura artística sino para
la ritualización de símbolos, ceremonias, nombres.
Cabe recordar que los museos en México han estado siempre
ligados a la historia y la antropología, más que
con el arte, y la historia de los museos es importante para adaptar
las teorías importadas de países donde los museos
de arte fundaron el modelo.
En una amplísima investigación sobre El consumo
cultural en México (1991), primera de su género
en el país, y fruto de trabajo en seminario, se incluyen
-además de estudios sobre los usos de los medios electrónicos,
del espacio urbano, las prácticas de consumo cultural
de los sectores populares, de los jóvenes, los hábitos
de lectura- dos investigaciones efectuadas por antropólogas,
una sobre los públicos del Museo Nacional de Culturas
Populares, y otra sobre el Museo del Templo Mayor.
La metodología empleada por ambas autoras contempla tanto
la historia del museo como la caracterización de la exposición
y la colección expuesta en la etapa de la investigación.
El primer caso es particularmente interesante ya que adapta el
concepto de público al análisis de las características
del museo. Recorre minuciosamente todos los sectores que, de
distintas maneras, participan en la vida de la institución
y pone en evidencia que lo que solemos llamar público
o visitantes es una porción limitada de la población
involucrada.
El segundo estudio de caso resulta sumamente rico, ya que la
autora se ha esforzado por caracterizar la oferta no sólo
de contenido sino del diseño o museografía de la
colección permanente, además de otros servicios
del museo. De esta manera, las conclusiones de la encuesta de
los públicos proporciona simultáneamente una evaluación
no sólo de la subjetividad social, histórica y
estética, sino de la pertinencia de los recursos museográficos.
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