|
Aunado encontramos tres tipos de procesos
complejos dada la diversidad de medios, bienes y prácticas
que concurren a la constitución del mercado cultural y
definen los contornos del campo cultural en años recientes:
1.- La centralidad de los medios electrónicos (especialmente
la televisión y la radio) en el consumo cultural de las
poblaciones urbanas.
Para 1989 existían en América Latina y el Caribe
516 estaciones de TV (VHF y UHF), excluyendo el servicio televisivo
por cable, de cuyo total Venezuela poseía 11 estaciones
(ALFONSO, Alejandro, CIESPAL, 1989). El número de receptores
de televisión en América Latina se apreciaba para
1988 en 71 millones de unidades, lo cual permite calcular que
-en teoría- unos 350 millones de latinoamericanos tienen
posibilidades de su uso; de ese total se estimaba para Venezuela
2.760.000 receptores (CIESPAL, 1989). Al calcular la presencia
de receptores por cada mil habitantes, nuestro país representaba
151.0 p/mil hab. Y el mercado potencial de las antenas parabólicas
se estimaba para Venezuela en 15.000 unidades. El informe mundial
de la UNESCO sobre la Educación (1991), indica que en
Venezuela hay 428 radio-receptores y 147 televisores por cada
mil habitantes.
2.- La escasa significación en los niveles de asistencia
a los eventos de alta cultura y cultura local-popular.
3.- La constitución de un sector de las industrias culturales
que ocupa un espacio intermedio; menor al consumo de los bienes
electrónicos y mayor al consumo de los eventos de alta
cultura y cultura local-popular.
Este proceso significa que, desde el punto de vista del consumo,
la industria cultural no puede ser considerada como un sector
homogéneo. A lo menos es necesario distinguir entre la
rama de los medios electrónicos (radio y televisión)
y las restantes ramas que incluyen a la editorial (diarios, revistas,
libros), cinematográfica, discográfica y el circuito
de videocasetes. Asimismo, el Informe Regional de los mercado
de video (1990) de la Federación Latinoamericana de Video
arroja un volumen de ventas de copias legitimas de obras cinematográficas
en video para Venezuela de 306.000 y el estimado de videograbadoras
en poder del público era de 401.000. Otro dato estadístico
interesante se refiere al mercado mundial de grabaciones de música
que alcanzó según la International Federation of
Producers of Phonograrns and Videograms (IFPI, 1989) a 22.600
millones de dólares, de los cuales Venezuela aportó
27 millones.
De lo que si podemos estar seguros, para discernir sobre la problemática
actual de los campos culturales venezolanos y sus relaciones
con otros dominios, es que las industrias culturales y las nuevas
tecnologías comunicacionales e informáticas productoras
de bienes de capital y, aquellas en relación directa con
actividades comerciales, se han transformado en los principales
agentes de mensajes, bienes y servicios del desarrollo cultural,
pero con una característica esencial, conectan con dos
conceptos claves: la fragmentación y el desplazamiento
del intercambio de experiencias por flujo (red) de información,
que ordenan las nuevas formas de socialidad (MARTIN-BARBERO,
Jesús, 1994), es decir, los diversos modos de comunicar
y habitar que hacen posibles e imposibles la valoración
de la memoria, de los lugares propios. Vivimos entre gente que
consume en escenarios diferentes y con lógicas distintas,
desde la tienda de la esquina y el mercado barrial hasta los
macro centros comerciales y la televisión. Sin embargo,
como las interacciones pequeñas y personales, se vuelve
necesario pensarlas en relación. Las organizaciones multitudinarias
de la cultura no llevan a la uniformidad. El problema principal
con que nos confrontamos es la masificación de los consumos,
no es de homogenización, sino por el contrario, el de
las interacciones entre grupos sociales distantes en medio de
una trama comunicacional muy segmentada. Estudios realizados
en España, México, Argentina, Chile, Brasil y Colombia
sobre el consumo cultural(6) nos señalan que las grandes
redes de comercialización presentan ofertas heterogéneas
que se relacionan con hábitos y gustos diversos. Como
experiencia concreta de análisis del consumo cultural
venezolano, la Oficina Central de Estadística e Informática
(OCEI) aceptó crear e mediados del año 1990, a
instancias de la Comisión Permanente de Cultura de la
Cámara de Diputados el Sub-Sistema de Estadísticas
Culturales.(7)

Por el comité coordinador se encontraban: OCEI: José
del Valle Rodríguez y Luisa Alcalá; COPRE: María
Jiménez; CONAC: Miriam Carnevale y la Comisión
de Cultura: Carlos Guzmán Cárdenas. En su primera
fase, el sub-sistema tenía como finalidad general, obtener
información periódica sobre los recursos, el consumo
y la participación de los hogares venezolanos a los mensajes,
bienes y servicios culturales que se puedan cuantificar y utilizar
en los procesos de planificación y toma de decisiones
para la gestión cultural. En este sentido, se inició
el proyecto, diseñando una encuesta de muestreo sobre
equipamiento cultural, que fue administrada con las Encuestas
de Hogares de la OCEI para el segundo semestre de 1990. Sin embargo,
esta experiencia no fue legitimada por el organismo rector por
falta de voluntad política.
Entre tanto Venezuela, particularmente el CONAC, no ha realizado
una investigación de este tipo que le permita determinar
las preferencias culturales de los venezolanos y así diseñar
estrategias culturales más confiables que superen el paradigma
difusionista.
Sin eludir, ni mucho menos dejar de destacar la acción
cultural pública estatal en garantizar el acceso a los
códigos de las bellas artes, el escenario de la Venezuela
actual muestra un fuerte desequilibrio asimétrico de sus
campos culturales (Ver Figura Nº 3). Mientras la demanda
de bienes culturales relacionados con la difusión del
campo cultural académico-culto se mantiene inelástica,
por otro lado, se expande la oferta de un mercado nacional de
bienes de consumo intermedio y, de medios electrónicos,
con ciertas incursiones débiles del Estado Venezolano;
pero sobre todo, dejando la problemática de la identidad
territorial patrimonial y las cultural populares a una valoración
nostálgica y resignada del pasado. (GUZMÁN
CARDENAS, Carlos, 1994). Veamos en qué consiste esta fuerte
oscilación cultural.
Mientras los medios electrónicos (radio y televisión)
no generan discriminación entre los públicos, (es
decir, son consumidos por personas de distinto sexo, edad, ocupación,
nivel de ingreso, escolaridad, etc.) algunos factores discriminantes
comienzan a operar en el nivel de consumo intermedio (diarios,
revistas, libros, cine, videos, discos, etc.) y se acentúan
notoriamente en el consumo de lo "culto- académico".
En el nivel de consumo intermedio, ello supone que segmentos
significativos de público no tienen acceso al consumo
de este tipo de bienes culturales relacionado directamente a
factores como la escolaridad e ingresos, lo que constituye una
suerte de denominador común: mayor nivel de escolaridad
y de ingresos, mayor frecuencia de consumo de bienes intermedios.
Los "indicadores de condiciones de vida" elaborados
por FUNDACREDESA (8) en su Resumen Nacional y Metropolitano (15
de enero, 1992) reafirman esta apreciación. Así
tenemos, que en los estratos poblacionales IV y V, el porcentaje
de no asistencia de los Jefes del Hogar al cine en los últimos
seis meses de 1992 eran 95,7 % y 95,5 % y, para la mayoría
de ellos tenían un porcentaje apreciable de primaria completa,
incompleta, media incompleta y alfabetas.
Llegamos así a la llamada, "culto- académica"
o "alta cultura" qué presenta niveles de consumo
más restringidos, manteniendo una oferta inelástica.
Este perfil debe ser relacionado con el hecho de que los eventos
de este campo son "exigentes" con el público
en el sentido de que requieren cierto tipo de conocimiento (y
de formación) para establecer contacto con ellos. Es decir,
generan un tipo de discriminación que opera en gran parte
por la vía de los géneros. No se trata, como sucede
en el caso de la lectura de diarios, que se requiere un capital
mínimo (saber leer) para acceder a este tipo de bienes.
Los eventos de "alta cultura" requieren códigos
de lectura especializados, que no se encuentran distribuidos
equitativamente en nuestra sociedad. Adicionalmente, cabe destacar
que este tipo de eventos también generan discriminación
desde el punto de vista económico. A manera de ejemplo,
vale la pena señalar, que el porcentaje de no asistencia
de los Jefes de Hogar a obras teatrales y/o conciertos en los
últimos seis meses de 1992, en todos los estratos poblacionales
supera el 75 %, en el estrato V es de 94,2 % (FUNDACREDESA, 1992).
Por último, una observación a propósito
del consumo de la cultura local-popular. Es importante
destacar, que elementos de ésta han sido incorporados
y refundidos en los géneros propios de la cultura de masas,
lo cual supone una redefinición de los "públicos"
originales de estas formas culturales. Así se observa
una "mediatización de lo popular" y un
"movimiento hacia arriba" (CATALÁN, Carlos
y Guillermo Sunkel, 1992) de ciertos géneros, que ahora
se presentan bajo la forma del folklore readaptados para consumo
masivo y, en ciertos casos, para un consumo de élite.
La mediatización de lo popular implica una transformación
de los géneros tradicionales que se produce en términos
de las reglas propias de los medios masivos, lo que provoca cambios
de forma y de contenido. Al respecto el sociólogo chileno
Carlos Catalán (1992) nos apunta:
"En suma, es posible sostener que la línea divisoria
entre lo culto y lo popular no es de carácter inmutable.
Sin duda, lo culto tradicional mantiene una identidad de forma
y de contenido en las nuevas condiciones de la cultura de masas.
Pero crecientemente se producen desplazamientos de públicos
que implican un movimiento 'hacia abajo", redefiníendo
por tanto el carácter elitario de este tipo de consumo.
Por su parte, lo popular tradicional es incorporado y modificado
por los medios masivos, sí bien es posible reconocer la
existencia de elementos tradicionales. Ello también provocará,
en este caso movimientos hacia arriba, redefiniendo las
características tradicionales de este tipo de consumo(9).
Ahora bien, es evidente, próximos al fin del milenio,
que estas delimitaciones paradigmáticas, son particularmente
insostenibles en los escenarios culturales de la Venezuela de
los noventa y, particularmente en el tratamiento estructural
y de concreción del Patrimonio Cultural como de las Culturas
Populares.
El antiguo debate entre ilustrados y popular; tradición
y modernidad, ya no configuran bloques compactos, homogéneos,
con contornos definitivos. ¿Por qué? Las tradicionales
formas de producción, circulación y consumo de
bienes simbólicos, que agrupamos bajo los índices
de lo popular y lo culto, son procesos dinámicos
que están sufriendo cambios radicales. Las regularidades
y distinciones que hasta no hace mucho facilitaban su interpretación
ideológica desde la antropología, la sociología
y la historia del arte, se volvieron desconfiables. Por supuesto,
no se trata de ignorar la singularidad categórica de los
campos culturales culto-académico, industrial- masivo
y residencial popular (tradicional y moderno). Pero, lo que intentamos
señalar es que las realidades socio-culturales de hoy
día, enmarcadas en el debate globalización- economía
mundo-comunicación mundo-pluralidad cultural, exigen discutir
las bases culturales de la sociedad venezolana y sus productos.
Una explicación posible sobre la escasa significación
en los niveles de asistencia a los eventos de cultura local-popular,
aunque presentan niveles superiores a la "alta cultura"
pero muy inferiores a las diversas ramas de la industria cultural,
es el hecho de que están siendo incorporados a los medios
masivos suprimiendo a través de estos la necesidad de
asistencia a los eventos en vivo, lo que implica un cierto repliegue
al espacio privado y al menor uso de los espacios públicos.
La ciudad que tenemos ya no está formada por un tipo de
tejido estable, fijo, monoteísta; la ciudad de los noventa
es una multiplicidad de tribus efímeras con una trama
urbana policentrada y en una constante interacción entre
ellos, en donde la función espacial no se elimina pero
el territorio desaparece (MARTÍN-BARBERO, Jesús,
1993).
El espacio público será una extensión temporal,
una red de datos de referentes de identidad privados. Y esta
es la nueva identidad cultural de la ciudad: la identidad
del pasajero y del anonimato. "el espacio virtual"
y en consecuencia, ¿Cómo valorar lo anónimo?
Podemos decir entonces que aún prevalece una concepción
mecenal-sustancialista; tradicional y monumentalista; de la acción
cultural estatal, reducida por una parte, al fomento de determinados
códigos elitistas-académicos cuyo objetivo táctico
el la "formación cultural" de las mayorías
y, por el otro lado, refiere al Patrimonio Cultural Venezolano
sólo a partir del pasado.
Una visión interesada, metafísica, ahistórica
del "ser nacional" (GARCÍA CANCLINI, Néstor,
1987), cuyas manifestaciones superiores se habrían dado
en un pasado desvanecido -preferible- mente el siglo XIX- y sobrevivirían
hoy sólo en los bienes que lo rememoran, una especie de
patrimonio común de la nacionalidad venezolana, independientemente
de uso actual -el tiempo extensivo de la historia en el intensivo
de la instantánea- sin conflictos sociales en su aprobación
simbólica. Y, sobre las culturas populares, al respecto,
agrega el Soc. Fausto Fernández en un Informe elaborado
en 1991 para el PNUD sobre los adelantos realizados en Venezuela
en materia de descentralización cultural:
"La creación popular en Venezuela ha sido relegada
a un segundo plano, y su ámbito parece limitarse a la
evocación del pasado, cuando en realidad se trata del
sustrato que haría activamente posibles una variedad infinita
de realizaciones (Castoriades, 1987). Desmantelando los soportes
básicos de la creación popular se están
echando las bases de una peligrosa situación, en la que
el país perderá su identidad sin haberse redimensionado
previamente, es decir sin haber creado las condiciones que lo
sitúen dentro de parámetros culturales diferentes.
" (10)
Las razones explicativas de este fuerte desequilibrio asimétrico
podrían ser muchas, pero lo que si es innegable, es que
están muy estrechamente ligadas a la idea que se tiene
de la cultura por parte de los agentes responsables de la gestión
del Desarrollo Cultural Venezolano.
Noción paradigmática que ha sido advertida en diferentes
momentos y en distintos documentos normativos y oficiales del
Estado Venezolano. En 1981, siendo Luis Pastori Ministro de Estado
para la Cultura, se realizó un estudio titulado: "Desarrollo
Económico y Cultura. Proposiciones sobre Política
Cultural" en el que se señala que: "Si
bien es cierto que el Estado Venezolano ha invertido muy poco
en cultura, el hecho más dramático que debe destacarse
es el siguiente.- menos del 1 % (tal vez el 0,5 %) de la población
asiste como espectador pasivo a los espectáculos que organiza
o promueve el Estado. Es fácil constatar este hecho. Los
conciertos, exposiciones en museos, obras de teatro en una ciudad
como Caracas donde se efectúa más del 80 % del
gasto público en Cultura solamente se ven concurridos
por una minoría. Todas las salas llenas en un día
como el domingo no atraen en conjunto 30.000 personas que vienen
siendo el 1 % de la población caraqueña. La situación
de los dos canales de Radio Nacional no alcanza el 0,5 % (0,2
% para el canal clásico). Esta situación es inmodificable
aún cuando se continúen formando nuevas, organizaciones
musicales, teatrales, etc., a menos que se produzca un cambio
en los programas, en los criterios, en las prácticas que
se vienen siguiendo en las manifestaciones culturales.( .. )
Por ello, la primera orientación fundamental de una política
cultural democrática es promover el acceso del mayor número
de personas a las manifestaciones culturales. Pero este acceso
democrático a la cultura tiene que empezar por estimular
las expresiones auténticas de la cultura popular, llevar
el espectáculo al barrio, a la comunidad, mejorar los
contactos humanos, facilitar el intercambio, propiciar la movilización
de los recursos culturales auténticos y, a partir de ellos,
suscitar una toma de conciencia para provocar un desarrollo interior
en el plano estético y en el plano de la expresión
creativa. "(11)
Hay que tener en cuenta, entonces, que si la perspectiva políticamente
manejada en esta últimas décadas es la "cultura
de calidad" o "de prestigio internacional", esto
es, la percibida sólo en el nivel de los resultados, se
hace excluyente de los niveles estructurales, las áreas
estratégicas y los campos de planificación de la
cultura en los que están más presentes los factores
de identificación y especificidad territorial
"Ciertamente, la noción de cultura para el Estado
se identifica con la creación y difusión de bellas
artes. Este concepto tradicional y elitesco debe ser superado
para adoptar un concepto social que envuelva la multiplicidad
de expresiones y manifestaciones de todos los grupos sociales
sin establecer juicios de valor en torno a la jerarquización
de las creaciones, bien en el plano individual como en el colectivo.
( ..) El museo, la biblioteca, el teatro, han sido por mucho
tiempo simples conservatorios, o sea instituciones cuya función
era la de preservar la integridad de unos contenidos, de un patrimonio
que era preciso conservar. La asistencia del público para
observar este patrimonio era un aspecto secundario pero en todo
caso reducido a un círculo de la elite política
y económica. Aún quedan vestigios de esta concepción
elitesca de la cultura".(12)

En realidad, existe otra versión
muy relacionada con esta apreciación: el desarrollismo
incrementalista: el desarrollo cultural como crecimiento institucional
y programático; como un proceso de nivelación
cultural: "más cultura para todos" (CÁCERES
SOTO, Jorge, 1988), cuya variable motriz es la Modernización.
Desde el ámbito de las bellas artes, de la creación
y difusión de sus productos, así corno de la conservación
y fomento de un patrimonio cultural nacionalista, las políticas
culturales han suscrito a identificar aquellos valores que podían
ser obstáculos para la modernización del país
por ser tradicionales, (GUZMÁN CÁRDENAS, Carlos,
1993).
Se trata, entonces, de interpretar el Desarrollo Cultural en
los términos de su capacidad de apreciación, goce,
disfrute y valoración de la cultura nacional de "alta
significación" estética y contrastada con
la cultura universal, por tanto, en el caso de la gestión
patrimonial (13), se favorecerá el enriquecimiento selectivo
del Patrimonio Histórico y Artístico, cuyos principios
rectores serán: la calidad, la universalidad y representatividad.
Pero lo más grave es que el reconocimiento de los componentes
vivos del Patrimonio pueden terminar absorbidos por la hipótesis
ilustrada de la "satisfacción estandarizada de las
necesidades".
Esta visión crítica al modelo difusionista de la
trama cultural venezolana, se hace presente una vez más,
nueve años después, en el equipo de coordinadores
y asesores de la COPRE que realizaron el documento "La
Cultura en un Proyecto de Reforma del Estado": "Al
hacer un análisis de la gestión cultural llevada
a la práctica por los distintos gobiernos, encontramos
que la concepción que hasta ahora ha regido las actividades
del Estado en relación al sector es limitada, por cuanto
en la mayoría de los casos se restringe la cultura a las
"bellas artes", tendiendo así a homogeneizar
con este punto de vista las diversas manifestaciones culturales
que coexisten en el ámbito social. El Instituto Nacional
de Cultura y Bellas Artes (INCIBA) y luego el Consejo Nacional
de la Cultura (CONAC), se desarrollaron en torno a esta concepción
desfasada en relación a lo que abarca la cultura. En consecuencia
el desarrollo cultural venezolano presenta hoy día
marcados déficit y desequilibrios en los procesos de creación,
circulación y disfrute de los bienes, servicios y valores
culturales. En la actualidad la gestión cultural es
diseñada por un pequeño equipo de personalidades
pertenecientes a una élite, que no incorpora a los principales
actores en la toma de decisiones y los limita al papel pasivo
de espectadores. Una concepción de esta naturaleza es
la que explica la construcción de infraestructura privilegiando
la opción de grandes y costosas edificaciones en detrimento
de una dotación mejor distribuida territorialmente y más
accesible a todos los públicos".(14)
La emergencia de estas preocupaciones, si bien, no son de recientes
fechas, no obstante, su extensión como un espacio de reflexión
y debate, tiene mucho que ver con importantes innovaciones societales
que han venido operando en las últimas décadas
entre el capital, el Estado y la comunidad cultural en su sentido
más amplio, pero también, por el desarrollo de
hábitos y prácticas culturales asociadas al surgimiento
de nuevos referentes identificatorios de experimentar la pertenencia
al territorio.
Signos sociales y económicos fuertemente contradictorios;
la constitución de una nueva heterogeneidad estructural
y la reelaboración de formas tradicionales de organización
del campo cultural, demostrando que lo culto y lo popular pueden
sintetizarse en lo masivo (GARCÍA CANCILINI, Néstor,
1990); las relaciones cada vez más complejas entre la
"esfera privada" en su sentido más amplio y
el Estado; la acentuación de las demandas y reivindicaciones
de los grupos, organizaciones e instituciones culturalmente diferenciadas
como constatación tendencial hacia una diversidad cultural
; la ofensiva político-cultural de la economía
del mercado: privatización, transnacionalización
y transfronteras de las prácticas culturales, de la cultura
cotidiana y la masificación del consumo; la apuesta por
el cambio tecnológico y la presencia de una "oralidad
secundaria" gramaticalizada no por la sintaxis del libro,
de escritura, sino por la sintaxis audiovisual, (MARTÍN-BARBERO,
Jesús, 1992), del mundo iconográfico de la publicidad;
los altos índices de deserción escolar; los procesos
de descentralización y regionalización de la acción
cultural pública y otros factores que están incidiendo
a ritmos precipitados en el universo constitutivo de lo cultural
que nos exigen explorar los futuros posibles así como
la complejidad reconocida de los dominios culturales, son argumentaciones
contemporáneas, que obligan a plantearse el debate sobre
el Desarrollo Cultural Venezolano y sus políticas en otros
terrenos como respuestas a lo colectivo, lo manifiesto y lo abierto.
|